Sé que han pasado ya unos cuantos días desde que vimos a nuestros chicos del basket encaramados nuevamente a la cima de Europa. Quizá necesitaba dejar pasar un tiempo para asimilar tantas emociones. Sinceramente, he leído muchos comentarios antes y después de este título continental conquistado en Lituania. No creo que yo ahora tenga mucho que decir de este nuevo éxito. Se puede analizar muchos pequeños detalles. Pero el hecho de tener esta conjunción de buenos jugadores, dándonos un constante clinic de altruismo es una circunstancia que no se suele ver con tanta naturalidad como lo hacen nuestros chicos. Hemos sabido dar continuidad al éxito cosechado el europeo de Varna y en el mundial junior del 99 celebrado en Portugal. Como olvidarnos de esa mítica final ganada frente a los EEUU, gobernada por Keyon Dooling y Bobby Simmons entre otros. Aquello supuso el despegue definitivo a nuestro baloncesto. En un punto bastante estancado en aquel momento. De esa generación, considerada de oro han salido seguramente los dos mejores jugadores que haya conocido España, Pau Gasol y Juan Carlos Navarro. Sin duda, también ya están entre los grandes de Europa a lo largo y ancho de su historia. Sin olvidarnos de Felipe Reyes, Raül López o Carlos Cabezas, otros grandes pilares de aquellos juniors. Éste último anotando un triple decisivo.
No ha sido un camino de rosas llegar al éxito presente. Detrás de la maravillosa generación dorada, ha tenido que haber una continuidad en generaciones posteriores para acabar de conformar una maquinaria perfectamente engrasada para vencer, para aniquilar rivales. Marc Gasol, Rudy Fernández y José Manuel, Calderón (el extremeño más cercano a la generación del 80 que del 85) dieron el empujón definitivo a la selección española para crear un imperio dominante no solo en el viejo continente, sino también a nivel mundial, reuniendo varias generaciones, bien solidificadas con los veteranos Carlos Jiménez y Jorge Garbajosa, dos des los jugadores más completos que se recuerda en España.
Japón 2006, ese fue el comienzo de algo bonito. De un sueño que al final no solo se acaba cumpliendo, sino que se va alargando durante años, pese a algunos contratiempos topados en el transcurso de los años. Nada importante. Nada que agote las ilusiones y ganas de demostrar que estamos ante una de las mejores selecciones europeas que ha dado el baloncesto.
El próximo verano toca rematar la faena, hay que ser ambiciosos, e ir a por el título olímpico, actualmente en poder de EEUU. No, no voy a recordar nada de la final de Pekín, que aquello es agua pasada. Ese agua es en la actualidad es sed de venganza frente a los norteamericanos. Pero pase lo que pase, este bloque ya estará para siempre dentro de nosotros, tallados en nuestra alma, impregnados de ese carácter, y esa humildad que tanto ha calado en todos los aficionados.
No es un equipo, es un sentimiento baloncestista.
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