sábado, 14 de mayo de 2011

Talentos y mentalidades

La vida humana es una situación cíclica, pasajera, al igual que el amor, o el odio, no tanto las guerras. Ser deportista va necesariamente unido a un ciclo pasajero, como la vida misma. Todo tiene un comienzo y un final, como la mejor película de drama, de acción o de humor.

La NBA vivió un periodo glorioso a costa de enormes jugadores que nos brindaron grandes momentos para la posteridad. -Como no recordar sin soltar la lagrimilla, por ejemplo a aquella mítica semifinal de conferencia entre Lakers y Warriors, año 91, comienzo de la dinastía Bull. Una serie que se dilucidó en cinco partidos en favor del conjunto angelino. Pero con resultados apretadísimos, y actuaciones memorables de dos jugadores que ya me encantaron desde bien pequeño, Tim Hardaway y Mitch Ritchmond. Un equipo ofensivo a todos los efectos, divertido, y que por desgracia no tuvo suerte en los años siguientes- Pequeños datos históricos sin importancia sobre estas líneas. Pero me gusta remarcar la importancia de jugadores que lo fueron todo para esta liga pese a no llegar a los niveles de las grandes leyendas.

Durante los últimos diez años han salido pocos jugadores a los que se le pueda tildar de estrella de la liga. Un calificativo que se le aplica a muchos pero que al final pocos acaban corroborando lo que se les presupone.

No es nada nuevo decir que la generación Freshmen de la temporada 07/08 fue una de las mejores que se recuerdan en muchísimo años de historia de la NCAA. Se pronosticaban muchas futuras estrellas para la NBA, y la verdad es que de momento pocos se están consagrando en lo más alto. Bien es cierto que son todavía muy jóvenes para hacer valoraciones tan prematuras. Habrá que esperar un par de años.

Cuando vi jugar a tantos de esos chicos aquella temporada, me di cuenta de que se hablaba mucho de Michael Beasley y Derrick Rose, y en menor medida de OJ Mayo. El primero de ellos reventó individualmente la liga desde el comienzo, y a la postre fue designado mejor jugador de la temporada. Mayo fue el otro jugador que más expectación creó en mi, antes de verle jugar en los Troyans de USC. No me dejó con un gran sabor de boca en su único año pese a ser un chico con mucha facilidad para ver aro.

Mención a parte merece Derrick Rose, el cual demostró ser un potencial número uno del draft llevando a sus Memphis Tigers a la Final four disputada en el Alamodome de San Antonio. Pese a que perdieron el título nacional en la final ante Kansas en un intensísimo duelo, en el cual Mario Chalmers forzó una prórroga con un triple inverosímil al filo del tiempo reglamentario. Perder fue doloroso, pero aquel chico que vestía con el número 23-no era un homenaje a Jordan, simplemente le dieron ese número para que jugara para su universidad- sabía que después de ese palo vendrían grandes momentos. Decidió presentarse al Draft después de hacer locura de marzo impecable, promedió 23 puntos y casi 5 asistencias. Aunque siempre habrá dudas sobre si era él, el verdadero líder de aquellos Tigers, o en realidad lo era Chris Douglas-Roberts. Quizá eso fue lo menos importante. Era un jugador de un proyección ostentosa para la NBA.

El factor más importante en el deporte, como en la vida misma es tener una buena mentalidad, Rose no era el jugador de más talento natural, probablemente tampoco lo es ahora con tres años de experiencia en la liga, pero en su momento supieron ver en él otras muchas virtudes para que pudiera triunfar en como profesional. Como por ejemplo esto que menciono del factor mental, algo de lo que adolecen otros jugadores. Habitualmente se muestra como un jugador tímido, nada excéntrico, frío, muy listo para la edad que tiene, aunque con mucha inteligencia por desarrollar en sobre el parquet. Reúne muchas cualidades dentro de un mismo ser; habilidad, potencia, velocidad, manejo de balón, un primer paso a canasta demoledor, y en esta última campaña ha mejorado su tiro exterior de manera exponecial, síntoma inequívoco de su franca mejoría, y lo que le queda.

El United Center ha encontrado en Rose ese jugador que le ha faltado desde la marcha de Jordan en el año 98. Un MVP, un todo terreno capaz de liderar a su equipo a cosechar 62 victorias en temporada regular avala el trabajo bien hecho no solo de esta emergente estrella, también de sus compañeros, y de Tom Thibodeau, un hombre que ha estado toda la vida como asistente, nunca como entrenador, pero que ahora, una vez asumido el reto de dirigir completamente a un equipo, está asombrando a gran parte de la opinión pública gracias a una enorme capacidad para crear un equipo competitivo, muy bien trabajado desde la defensa, y abuen seguro que si este equipo tiene una continuidad los aficionados de los Bulls van a tener motivos para sonreír los próximos años, más teniendo en cuenta que se está creando una estrella dentro de ese vestuario. Un chico de sangre fría que evoluciona a la velocidad de la luz, un chico condenado a ganar irremediablemente, su ambición es incluso superior a su talento.



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